Los Naturalistas del Monte Verita

Aquellos de nuestros lectores y cualquiera que haya leído el artículo que con el título “Salvajes ridículos” ha publicado el diario ARC de 13 de Agosto último, puede formar buen concepto de la justicia con que se califica de manera tan dura á los naturalistas que habitan la colonia del Monte Verita, leyendo el original en que se inspiró el de ARC, y cuya traducción, que nos remite nuestro ilustrado y estimado colaborador D. Adolfo Meléndez, publicamos á continuación:

“Algunos periódicos franceses y alemanes han señalado la presencia, en las cercanías de Lorcano, en las orillas del lago Mayor, de una colonia de naturalistas, “especie de secta religiosa cuyos miembros se pasean completamente desnudos por el monte, viniendo con extravagantes atavíos á comprar á los mercados del país los alimentos vegetaria-nos; en fin, viven de una manera tan especial, que la policía ha llegado á inquietarse por su manera de proceder”.

He querido darme cuenta por mí mismo de lo que hubiese de exacto en estos relatos, y saliendo de Lorcano una mañana, á las siete, he llegado al Monte Verita á las nueve. Allí, en medio de un verdadero desierto, pero admirablemente situadas, se encuentran las diferentes construcciones de estos modernos ermitaños.

Apresurémonos á destruir la leyenda corriente en el país acerca de los naturalistas del Monte Verita. No son en modo alguno, energúmenos más o menos inspirados en las teorías de Tolstoi ó de Rousseau; no, son artistas, escritores, industriales, que vienen á escuchar en esta thebaida “la voz del silencio”, viviendo en condicíones de higiene especial que vamos á exponer brevemente:

CÓMO SE LLEGA Á SER NATURALISTA

El Director propietario de esta colonia-sanatorio es un holandés, M. Henri Oedeukove. A despecho de sus largos cabellos rizados, sujetos por una cinta, y de su túnica blanca, este Director no tiene nada de mistíco ni de pontificio.

Hijo de un importante industrial de los Países Bajos, tiene 34 años. Hasta los 20 vivió la vida corriente de los habitantes de las ciudades, pero en malas condiciones, porque estaba enfermo, en manos de los médicos y las medicinas. Resultado: un organismo completamente arruinado. Los médicos enviaron al desgraciado al sanatorio vegetariano del Doctor Kuhne, en Leipzig. Al cabo de algunos meses, M. Oedeukove estaba curado solo con la observación de una higiene natural y la supresión de toda medicina.

Mas he aquí dónde deja de ser trivial la aventura: parece que todo individuo que ha sido iniciado en los secretos de la higiene natural y del vegetarismo sufre una especie de evolución que modifica su modo de entender la vida. Se llega, me dijeron, á no poderse decidir á recoger la carga imbécil de todas nuestras costumbres de ciudad, de las cuales se ha reconocido lo falsas y perjudiciales que son.

Del mismo modo que nosotros consideramos á los naturalistas como seres originales, ellos miran con la más profunda conmiseración á esta humanidad, que á sí misma se llama civilizada, y que lleva vestidos ridículos, absorbe una nutrición que envenena sU organismo, que vive en atmósferas viciadas, y, en fin, que se entrega á todos los excitantes, de los que uno llama á otro y que van del simple cigarro á la temible morfina.

Bajo la influencia de lo que él llama su conversación, M. Oedeukove vino á refugiarse en la soledad del Monte Verita, en un país, que reune las condiciones necesarias para poner en práctica las teorías de la doctrina naturalista.

Compró esta montaña aislada, lejos de toda población, donde abundan estos tres elementos necesarios y suficientes: el aire, el agua y el sol. Se hizo construir una cata de madera, especie de cabaña bastante primitiva, y esperó.

Pronto otros adeptos del naturalismo vinieron á visitarle y se instalaron cerca de él. Las cabañas de madera se multiplicaron; fué preciso construir una especie de pabellón central para la vida en común; después cuartos de baño, de duchas, galerías para los baños de luz; en fin, toda una instalación, reducida ciertamente, pero denotando por parte de los que la concibieron la realización de un plan perfectamente razonado y bien diferente de la que sería el campamento de una tribu de iluminados.

Encontramos allí muestras de todas las nacionalidades y de todas las clases sociales: una modista belga y ana doctora parisién, Mme. Sosnowska; un industrial de Hamburgo; un ayudante de campo del Emperador de Rusia, el Capitán Swetchinc; un negociante americano; el pintor berlinés Fidus; un antiguo actor de la corte de Baviera; hombres de letras y un obrero tipógrafo.

Unos viven allí desde hace algunos años; otros van á pasar temporadas, pero todos son apóstoles de la verdad que, para ellos, se resume en esta fórmula: “Todo por la naturaleza; nada fuera de la naturaleza.”

Veamos cómo es aplicada esta ley única en Monte Verita y cómo viven los naturalistas:

LA COLONIA Y LOS COLONOS

Teniendo en cuenta la belleza del punto de vista, son construidos en toda la montaña los rústicos pabellones de madera, que tienen diferentes dimensiones. Cada familia tiene el suyo. Los demás pensionistas habitan solos ó agrupados, según sus simpatías. Cada cual vive con arreglo á sus gustos. Enfermos y sanos siguen el mismo tratamiento, que está basado en el aire, la luz y la alimentación especial de que ahora hablaremos.

Las habitaciones son confortables, pero sin lujo alguno. El suelo, de linoleum; grandes ventanas que se abren á corredera sobre el admirable panorama; camas metálicas, agua corriente y muebles de mimbre. En invierno, calefacción á vapor, pero siempre entrando el aire libremente.

En una parte de la posesión, cerrada con una empalizada de tablas, es donde, en medio del bosque, pasan los naturalistas, por lo general, la mañana, completamente desnudos y ocupados, bien en tomar baños de sol ó de agua corriente, ó bien en cultivar el jardín ó ejercitarse en distintos sports.

Las mujeres que han conservado “ese sentimiento ridículo que se llama pudor”, permanecen vestidas ó se encierran en un recinto reservado.

A las doce y media suena una campana, se visten — muy poco — y acuden al pabellón central.

Les vestidos se componen, para los hombres, de una especie de túnica, muy corta, hecha de tela poco tupida; de un pantalón, también corto, y unas sandalias. Las mujeres se envuelven en vestiduras sueltas y de formas variadas, cuyos modelos han sido tomados de los cuadros de Puvis de Chavannes ó de los de algunos pintores japoneses.

Es decir, nada de corsés, nada de enaguas; brazos, piernas y cuello descubiertos. Los cabellos caen sobre la espalda ó van sujetos con una sencilla cinta.

Por supuesto, el traje, como todo lo demás, es facultativo, y los que quieren conservar nuestras modas habituales, tienen derecho á hacerlo, pero al cabo de algunas semanas todo el mundo llega forzosa y lógicamente á vestirse lo menos posible. La coquetería desaparece; el pudor queda abolido ante “la pura sencillez de la bienhechora naturaleza”. ¿Cómo soñar en conservar, por ejempla, el infernal corsé, después de haber examinado la colección de láminas radiográficas que muestran las deformaciones producidas en el organismo por este aparato criminal?

LA ALIMENTACIÓN

La pared del fondo de la inmensa sala, de madera barnizada, que sirve de punto de reunión, está formada por una serie de cajones numerados. Cada naturalista tiene su cajón; entra, consulta el menú y escribe sobre una hoja de papel los artículos que desea. Esta hoja se coloca en una caja, y algunos minutos después puede abrir su cajón.

En una bandeja están colocados los utensilios y algunas fuentes hondas, de pequeñas dimensiones, hechas de aluminio, y que contienen la sopa de trigo, el pan completo y las frutas que constituyen el alimento vegetariano. ¡Ah! yo no afirmaré que estos manjares agraden mucho al paladar, pero los iniciados os dirán respecto á esto que no se debe excitar el apetíto, pues así es como se llega á nutrirse demasiado, y además que ellos experimentan grandes goces comiendo estos manjares poco atrayentes para los profanos.

Sin embargo, no debe creerse que sea tan sencilla esta cocina vegetariana. Los alimentos deben prepararse en marenitas especiales, aptas para concentrar todas las sales nutritivas de las legumbres y las frutas que en nuestra cocina habitual dejamos perder por evaporación ó disolver en el agua. Los cocineros vegetarianos no hacen uso de ella. La que contienen las frutas y las legumbres debe ser suficiente para su cocción.

La comida ha terminado. Es corta. Los naturalistas, que han ido á comer donde mejor les ha parecido el contenido de sus bandejas, las colocan por sí mismos en unos depósitos de agua corriente, en los que fácilmente se limpian. Por este pequeño detalle pasamos de la higiene á la filosofía.

FILOSOFÍA NATURALISTA

En Monte Verita casi no hay criados. Cada cual se sirve á sí mismo, porque el trabajo es necesario para la salud. Las mujeres arreglan sus cuartos, los hombres cultivan el jardín, y M. Swetchine, ayudante de campo del Zar, se hace la cama y friega su cubierto.

Es verdad que la organización interior está concebida, teniendo en cuenta el procurar que el servicio sea muy fácil aun para los que no estén acostumbrados á él. Las habitaciones están provistas de agua caliente y fría y de desagües automáticos. Ya hemos explicado el sistema de cajones para la comida. Todo es allí sensillo, y esta vida crea entre todos los colonos una atmósfera de igualdad que nos aproxima á las teorías tolstoianas.

Por otra parte, el precio de la estancia para los que quieran venir á habitar en Monte Verita es bien barato. La empresa no tiene nada de comercial, y su director pretende solamente poder aumentar el número de sus pabellones.

Un pensionista paga, según el pabellón que ocupe, de 5 á 9 francos por día, comprendido todo.

A los tres meses se hace una rebaja de un 5 por 100, de un 10 por 100 á los seis, y así sucesivamente. Hay, además, precios especiales para familias.

Las propinas están terminantemente prohibidas.

¿POR QUÉ ES PRECISO SER VEGETARIANO?

De creer á los naturalistas, nosotros, todos los que vivimos la vida civilizada, somos nuestros propios asesinos.

Las enfermedades no deben existir si se vive con arreglo á la verdad.

Contra ellas el hombre procura luchar con las medicinas.

Esto es un error, porque la medicina no ha curado jamás; ayuda, por el contrario, con sus drogas á la desorganización de nuestro cuerpo.

Uno de los factores principales de nuestro enfermizo estado habitual, es nuestra alimentación, que no es otra cosa que un envenenamiento lento. Comemos demasiado, excitando para ello nuestro apetito con salsas y especias; obligamos á nuestro organismo á eliminar un 60 por 100 de los alimentos que ingerimos. Elimina tanto cuanto le permite la fuerza defensiva de la naturaleza, pero llega un día en que, fatigado, no elimina bastante, y entonces viene la enfermedad, la muerte.

Además, todo concurre á demostrar que no hemos sido creados para ser carnívoros; nuestros caninos demasiado cortos, nuestro intestino demasiado largo…

¿Por qué obstinarnos entonces en absorber una nutrición que necesariamente, á la larga, si no nos hace caer verdaderamente enfermos, nos acarrea seguramente ese cortejo de pequeñas miserias que llegamos á considerar como naturales, el reumatismo, las jaquecas, los ahogos, la gordura, la arterio-esclerosis, la vejez prematura?

CONCLUSION

He relatado fielmente lo que he visto y lo que he oído durante mi visita al Monte Verita.

Sólo me falta señalar la mentalidad de los naturalistas con los que me ha sido dado hablar.

Estos hombres son evidentemente diferentes de los que se encuentran en la vida ordinaria. Se desprende de ellos algo de esa dulzura y de esa fe mística que se encuentra en los conventos. Y sin embargo, repito que ninguna idea de religión ó de secta existe en su reunión. Son sencillamente higienistas que se guardan hasta de ser filósofos.

No viven sin embargo, solo para la materia. En la colonia se cultivan las artes. Hay una exposición de pinturas en el pabellón central, y por la tarde, en la sala destinada á la música, se interpretan las últimas partituras que el correo ha llevado en las primeras horas en su asno.

De este modo, el día se desliza rápido en compañía de estas gentes dulces, afables, de alma septentrional, tan distinta de nuestros espíritus latinos.

En el momento en que despidiéndome de M. Oedeukove, le estrechaba la mano para sumirme de nuevo en la infame civilización, me mostró un niño, de cinco ó seis meses, que se recreaba completamente desnudo sobre el prado en que, riendo y dichoso, se revolcaba desde por la mañana.

— Mirad ese niño — me dijo el director —, su madre le había colocado á la sombra de ese tulipán, porque hace una hora el sol quemaba; pero se ha levantado la brisa del lago, el tiempo ha refrescado, y he aquí al niño que, completamente solo, se arrastra á gatas hacia el sol para entrar en calor… Tiene seis meses, la Naturaleza le guía, la Naturaleza siempre.

Después de estas palabras, descendí de la montaña, admirando la silueta bíblica del naturalista, inclinado soñador, hacia el niño desnudo que reía al sol. — JULES CHANCEL.

(De L’illustration de 17 de Julio.)

El Régimen Naturalista (Madrid), 4. Jahrg., September 1907, Nr. 45, S. 143-148.
Online: Los Naturalistas del Monte Verita.

Vgl. die folgenden Texte: