Los naturistas del Monte-Verita

Varios diarios franceses y alemanes han señalado la presencia, en las inmediaciones de Locarno á orillas del Lago Mayor, de una colonia do naturistas “especio do secta religiosa cuyos miembros andaban completamente desnudos, iban, con extraña vestimenta, á hacer en los mercados del pueblo sus compras de alimentos vegetarianos y, en fin, observaban un método de vida tan especial, que la policía hubo de tomar cartas en el asunto.”

Allí, en el Monte-Verita, en medio de un verdadero desierto, pero en un paraje admirablemente escogido, se encuentran diseminadas las diferentes construcciones do estos modornos eremitas.

Es nuestro deber, desvirtuar la leyenda que alfgunos se han forjado respecto á los naturistas del Monte-Verita. No se trata, absolutamente, de una tribu de energúmenos más ó menos imbuídos de las teorías de Tolstoï ó de Rousseau. No: son artistas, son industriales, escritores, comerciantes, hasta políticos, que van á escuchar en esta nueva Tebaida “la voz del silencio”, y á vivir en condiciones do higiene especial.

El director-propietario de esta colonia-sanatorio es un holandés, M. Henri Jedenkovo. Hijo de un acaudalado industrial, hizo largo tiempo la vida de todos sus conciudadanos; pero siempre enfermo, á pesar de médicos y remedios, debió su total curación á la supresión de toda receta y á la adopción de una higiene natural.

Conducido por su propia experiencia, adquirió en propiedad los desiertos lugares del Monte-Verita, en los que vió reunidas las condiciones necesarias para aplicar su doctrina: aire, agua y sol; y se hizo construir una casita do madera.

Bien pronto, atraídos por su ejemplo, otros adeptos se le reunieron, multiplicáronse las viviendas y hoy son numerosos los que, unos por temporadas, otros definitivamente, se han instalado en el moderno y delicioso paraíso terrestre.

El vestido – cuando quieren usar vestido – se compone, para los hombres, de una especie de túnica muy corta y de género ligero, un calzón y sandalias. Las mujeres se envuelven en una vestidura holgada que recuerda los cuadros de Puvis de Chavannes ó los de ciertos artistas japoneses.

Nada de corsés, nada de polleras; los brazos, las piernas y el cuello van completamente descubiertos. Los cabellos flotan sueltos sobre los hombros ó se sugetan por medio de una simple cinta. Sin embargo, este atavío no es de absoluto rigor. Cada adepto puede usar la moda ó la invención que más lo viniere en gana. Otrosí: se puede suprimir totalmente el trale.

Caras y Caretas (Buenos Aires), 10. Jahrg. 31. August 1907, Nr. 465.
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