Los naturistas

De algún tiempo á esta parte viene hablándose con insistencia de la colonia de naturistas que se ha establecido en Locarno, junto als lago Mayor (Suiza italiana). Se habla de ellos como de una secta r eligiosa cuyos fieles andan desnudos por las montañas, van á los mercados vestidos de un modo extravagante para comprar comestibles vegetales, y viven de un modo extraño. Algunas de estas leyendas que no son otra cesa, han sido desbaratadas por L’Illustration de Paris, que recientemente ha enviado á M. Jules Chancel al monte Verita, verdadero domicilio de los naturistas para conocerlos tales como realmente son.

Los naturistas van desnudos, en efecto; pero ni lo hacen por motivos religiosos ni siquiera siguen los ideales de Tolstoi ni de Rousseau. No tienen tampoco nada que ver con les adamitas de Ascona de que hace diez meses hablábamos ã nuestros lectores, con motivo de las aventuras del archiduque Leopoldo de Austria u Guillermina Adamovic. Son simplemente un grupo de personas que aspiran á vivir bajo condiciones higiénicas especiales. El director y propietario de la colonia es un holandés Enrique Oedenkove, que á pesar de su túnica bianca y de la cinta que rodea so espléndida y rizosa cabellellera, no tiene en su aspecto nada de sacerdotal. Es hijo de un comerciante de los Países Bajos, y cuenta sólo 34 años de edad. Enfermo, y victima durante muchos años de médicos y medicamentos, encontró al fin un doctor que lo envió al sanatorio vegetariano del doctor Kühn, en Leipzig, donde á los pocos meses se curó por el sistema de vivir al natural y no tomar ninguna medicina.

Aquello fué lo que Enrique Oedenkove llama su conversión. Refugiado en las soledades del monte Verita, compró aquel terreno, lejos de toda civlización, y allí construyó una cabaña de troncos. Pronto vinieron á visitarle otros á visitarle otros discípulos del naturismo, que se instalaron en torno suyo. Los chalets rústicos se multiplicaron, y se hizo necesario edificar un pabellón central para la vida común. Después se hicieron pabellones de baños y construcciones para baños del sol, y de este modo fué formándose una verdadera aldea.

En la colonia hay ahora individuos de todas las nacionalidades y de todas las clases sociales: un ayudante del emperador de Rusia, el capitán Swetchine; un rico comerciante americano, el pintor alemán Fidus, un antiguo actor de la corte de Baviera, varios literatos y un impresor, Algunos llevan alli varios años; otros vienen y van.

En el centro del bosque hay un recinto donde los naturistas pasan la mañana en el traje con que vinieron al mundo, tomando baños de sol ó de agua, cultivando el jardin y dedicandóse á ejercicios gimnásticos. Las mujeres, que todavía conservan “ese ridíeulo sentimiento llamado pudor”, conservan su ropa y se rennen en otro recinto.

As las doce y media suena una campana. Los naturistas se visten, relativamente y acuden al pabellón central. El traje de los hombres consiste en una túnica corta, calzones y sandalias; las mujeres se envuelven en telas, tomando por modelo los cuadros de Puvis de Chavannes y los dibujos japoneses. No hay que decir que el corsé y las enuaguas no tienen entrada en el monte Verita. Los brazos, las piernas y el cuello se llevan al aire, y el pelo tendido sobre los hombros ó enando más retenido con una cinta. Sin embargo, este traje es voluntario ylos que deseen seguir las modas del mundo civilizado, pueden hacerlo; pero á las pocas semanas todos se acostumbran á llevar la menos ropa possible.

En el fondo de la sala de reunión, hay una seria de armarios numerados, cada uno de los cuales pertenece á un naturista. Al entrar, el dueño del aparador consulta el menú escribe en un papel los platos que desea y echa la nota en una caja. Pocos minutos después abre su armario, y en una tabla eneuentra los utensilios y los differentes platos de aluminio conteniendo la comida vegetariana. No se erea que ésta es sencilla, ni mucho menos, pues hay que hacerla en cacerolas especiales que conservan todas las sales y jugos nutritivos de los vegetales.

La vida en la colonia no es cara. No se trata de una empresa comercial; los directores sólo desean aumentar el nùmero de colonos. Cada uno de éstos paga al principio de 5 à 9 francos diarios, segùn el tamaño del chalet en que vive; à los tres meses se le concede una reducción de 5 por 100, otra del 10 por 100 á los seis meses, y así sucesivamente. Además, hay precios especiales para las familias. No se erea tampoco que es una colonia de holgazanes; los naturistas cultivan las artes y pueden dedicarse á trabajos intelectuales. En el pabellón central hay una exposición de pinturas, y por la tarde en otro pabellón destinado á conciertos, se ejucatan las piezas de moda que el mandadero de la colonia ha traído pocas horas antes en su borriquillo.

Alrededor del Mundo (Madrid), 11. Dezember 1907, S. 372.
Online: Los naturistas.

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